Me he mudado..
Estoy en: www.anodine.blog.com
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que por iniciar una conversación a media voz en un sofá ya está todo resuelto. Que basta con echar de menos y de más, y que puedes correr a pies desnudos por el mundo gracias a un rozar de labios, y que se te despierte el hambre por saber qué habrá detrás de un par de ojos que se clavan en los tuyos con la misma intensidad.
Crees que es tan fácil tirar bor la borda todo un mundo de desilusión y desconcierto, que ya está. Que cada segundo de tu historia se ha de transformar, en in instante, del infierno en un mundo de luz sin sombra, mil palacios de sonrisas y final feliz con beso y noches estrelladas.
Y cuando dejas que una mano se te acerque te sorprendes dando un salto hacia atrás, los músculos completamente rígidos y el frío helado de unos dedos que se abrazan a cada vértebra que llevas en la espalda.
Porque has pasado lo peor, dices y crees, y de todas las heridas que te abrieron rezas que aprender a veces cuesta algo más que esfuerzo, unas gotas de sangre y lágrimas.
Pero es al ver tu salto, el miedo, la huida fácil más allá de aquella puerta y su escalera comprendes que lo peor acaba de llegar. Acabas de salir de un coma y ahora, al intentar mover las piernas, descubres tu tetraplejia emocional. Toca el control de daños. El descubrir cada secuela incomprensible de estar tanto tiempo agazapado en el rincón de lo que quedó atrás. Dos mil análisis de sangre, radiografías que te muestren todo lo que se enquistó y que te tendrás que operar. Los clavos para tu fractura múltiple de alma. Los mil años de corazón escayolado. La rehabilitación total.
Puedes, en los momentos en que todo se te antoje más allá de aquello que llamas sostenible, soñar con ir descalza por el mundo y por la vida a toda velocidad. Imaginar sueños de arena dispersándose bajo tus pies y verte con los brazos extendidos hacia un horizonte de verdes y praderas. Y soñar con brazos y canciones, con miradas y sus besos y el saber que un día te despertarás para encontrarte sonriendo con que tu pareja te lleva espiando entre las sábanas desde minutos atrás. Puedes soñar con lo que quieras. Con nuevas canciones. Con lienzos que pintar. Con la vida llena de ilusiones.
Pero ahora…
ahora toca levantarse de la silla, y aprender a andar.
Cuando nos despedimos, en ese instante en que antes de volver la espalda aún quedan engarzadas las retinas, comenzó a llover. Nunca sabré si me alegré por las gotas que, como un iman, se me iban adhiriendo entre la frente justo cuando se me habían roto todos los cristales y las máscaras ya no dejaban de caer llenas de lágrimas. Cuando me dí la vuelta para no volver supe que algo de mí se quedaría para siempre en esa acera volviéndome la espalda.
Y aún llevaba el eco de su adiós lamiéndome el espacio entre las costillas cuando escuché su voz temblar entre destellos y el sonido de las gotas suicidándose sobre los adoquines.
- “Hey…”
- “Dime”
- “Sólo quería que supieras que siempre estaré ahí, por si me necesitas, por si un día se te come el mundo ese que llevas a la espalda y no te deja respirar”.
Y yo no supe que decir, se me llevaba ya corriente abajo un afluente inabarcable de ilusiones y desdichas que no cabían ya dentro de mí, y aunque por un instante conseguí frenar y dibujarle mi respuesta en forma de sonrisa, llevaba ya la despedida amordazada con tal saña en los colmillos que se me atrancó la voz. Y sólo pude atravesar la colección de adioses y últimas desesperanzas contra el corazón articulando un “gracias” con un par de labios rotos y sin voz, dejándole al silencio y a la soledad espacio para atragantarse con ese último rayo de sol en sus pupilas.
Se me llevó con demasiada fuerza la corriente. A la fuerza de la gravedad de un mundo inevitable que se abría paso a golpes se le unió la suerte inconcebible en forma de gangrena justo sobre el corazón, llenándome de ausencia el hueco del pecho donde ahora, todavía, resuena el eco atormentado de aquella despedida.
Para que no pudieran clavarse más puñales, me oscurecí hasta confundirme con mi sombra. Cubrí mi piel de piedra para que no pudieran alcanzarle más palabras dichas cuando ya no queda que decir (si no es para clavarlas para siempre como banderillas a la espalda). Hice de aquella carne putrefacta que un día llamaba corazón algo más fuerte que el cristal, para que no se me rompieran nunca más las máscaras. Para que cada emoción nunca llegase a penetrar mi superficie estanca.
Aquel adiós me envenenó todas las células. Y mientras me deslicé perdida en aquel río de mi propia desilusión, crece para agrietarme de dentro hacia fuera.